Revisando a miña conta de Google, porque estábame quedando sen espazo de almacenamento, atopei este relato que xa non recordaba ter escrito. Parece que está inspirada en “La historia interminable” de Michael Ende. Espero que vos guste.
El Centro
Cuando los ancianos me hicieron llamar, me di cuenta de que mis temores no eran infundados. Estaba claro que algo no andaba nada bien, las cosas estaban desapareciendo, bueno, en realidad se estaban transformado en cenizas, a veces, incluso delante de nuestros propios ojos. Yo ya no era joven, y desde que se estableció la paz entre los humanos, los gnomos y los semigigantes, mis servicios como soldado no habían vuelto a ser requeridos; pero ahora, que ya podía gozar de un merecidísimo descanso, este algo que estaba ocurriendo con nuestro mundo, hacía que volviesen a necesitar de mis servicios. Nadie se explicaba lo que estaba pasando, los dragones hacía milenios que se habían extinguido y sólo se nombraban en relatos y viejas canciones que casi nadie recordaba ya. Mi misión, según me informaron, era viajar hasta el centro del mundo y encontrarme allí con el Creador: si alguien podía saber qué era lo que estaba pasando y cómo solucionarlo, ese sería Él. Cogí mis armas, ensillé mi caballo y me puse en camino. No estaba muy seguro de cuanto podía tardar en llegar al Centro, lo único que tenía claro era la dirección, y cuanto antes saliese antes podría volver. Llevaba ya casi una semana cabalgando y por todas partes se oían las mismas historias de cosas que desaparecían convertidas en cenizas, incluso había empezado a ocurrirle también a animales y a personas, si no lográbamos solucionarlo pronto, nuestro mundo acabaría desapareciendo. En algunas de las ciudades más importantes, donde frecuentemente se podían encontrar comerciantes de otras zonas del mundo, se recibían noticias que parecían indicar que no éramos los únicos que estábamos sufriendo este tipo de pérdidas. De hecho algunos emisarios de los gnomos e incluso de los semigigantes habían llegado hasta las ciudades humanas en busca de alguna respuesta sobre lo que estaba pasando, pero en lo único que estaban de acuerdo todos los sabios era en qué si había alguien que podría saber algo y qué podría detener la destrucción era el propio Creador. Y todos sabían también, que la única forma de encontrarlo era yendo hacia el Centro: el lugar más inhóspito y solitario del mundo, el lugar que este había elegido para no ser interrumpido en su labor de creación. Y por la misma razón, el lugar en el que, si consiguiésemos llegar, no seríamos bien recibidos. Antes de llegar al Centro, me decían, tendrás que atravesar el bosque sombrío, días y días de camino sin poder ver el sol, sin estrellas por las que orientarse y cientos de animales que estarían encantados de alimentarse de tu cuerpo, incluso de tus despojos. Luego un terrible desierto, no menos peligroso que el bosque, y que pondrá a prueba tu resistencia. Y para finalizar, una montaña, en cuya cima encontrarás al Creador, siempre que demuestres ser digno de ello; para lo cual serás puesto a prueba. Todo parecía indicar que la tarea que me habían encomendado no iba a ser, como creí en un principio, ni mucho menos la más fácil de mi amplia carrera como mercenario. Avancé durante unas jornadas más y cada vez los poblados aparecían con menos frecuencia, de hecho parecía que no encontraría ya ninguna otra gran ciudad, por eso decidí que era mejor descansar en un bosque cercano al camino. Aprovechar para cazar algo, pues mis víveres ya estaban escaseando y mi caballo y yo necesitábamos un descanso. Monté mi pequeño campamento y salí a cazar, no sin antes dejar preparada alguna que otra trampa por si se acercaba algún extraño. Cuando volvía al campamento: con un par de truchas y unos conejos, una de las campanillas que siempre conecto a mis trampas me advirtió de la presencia de algún intruso. Me acerqué sigilosamente y descubrí que un mohoso gnomo había caído en una de mis trampas. No me gustan los gnomos, lo reconozco, puede que sean mis propios prejuicios, pero no me fío de ellos. Este era muy anciano, los peores, porque se creen muy listos, más listos que los demás, al menos: siempre piensan que tienen la razón, porque son muy viejos y muy sabios. Desprecian a los humanos porque dicen: que llegamos al mundo mucho después que ellos pero nos consideramos los dueños de todo y de todos, cuando en realidad somos como críos malcriados que no quieren compartir sus cosas con los demás y no sienten ningún tipo de respeto por las demás criaturas. Entre otras cosas, porque creemos que fuimos creados a imagen y semejanza del Creador. Y si el Creador fuese en realidad un gnomo muy viejo, el más viejo de los gnomos, decían a veces. En otra época esto fue motivo de disputa entre los hombres y los gnomos, pero hacía años que la guerra había terminado, aunque para un antiguo soldado como yo, un enemigo siempre será un enemigo. Un poco a regañadientes, saqué al gnomo de la trampa y aguanté su cháchara, sin prestar demasiada atención a lo decía, hasta que habló de que sus ciudades más lejanas ya habían desaparecido completamente, y de que el avance de las cenizas era cada vez más rápido, a medida que pasaba el tiempo, por lo que dijo deduje que mi aldea ya hacía días que no existía, que ya no habría ante quien dar cuentas de mi misión, que por otro lado era la misma que la suya. A él también le habían encargado llegar hasta el Centro y encontrarse con el Creador. Y aunque mi instinto me decía que no me fiase de él, por otro lado estaba el hecho de que parecía que él estaba más informado que yo sobre los peligros y pruebas que nos deparaba el camino y eso en este caso parecía ser más importante que el recelo que pudiese sentir por él, así que decidí, al menos por el momento, que compartiríamos el camino, aunque no pudiese decir lo mismo de la misión. Y como compañeros de camino, lo invité a compartir mi cena y mi campamento. A pesar de su avanzada edad, su agilidad era impresionante y aunque inicialmente pensé que compartir el camino con él me demoraría en mi cometido, resultó que seguir su ritmo me obligaba casi a utilizar la marcha forzada. Con sus mapas y pergaminos llegamos en dos jornadas a la que sería la última gran ciudad que nos esperaba en nuestro camino. Allí, además de aprovisionarnos, nos informaron de que como temíamos, las ciudades y aldeas de las que procedíamos y muchas de aquellas por las que habíamos pasado no eran más que cenizas a merced del viento. También nos indicaron que estábamos al borde del bosque sombrío, en apenas dos jornadas estaríamos a sus puertas. No era recomendable llevar al caballo con nosotros, pues cabalgar por el bosque era imposible y lo único que conseguiría sería enlentecer nuestra marcha y atraer a bestias que podrían acabar también con nuestras vidas. Por otro lado, aunque consiguiese atravesar el bosque, tanto la dureza del desierto que venía a continuación, como la inexistencia de sendas para ascender a la montaña harían que su presencia fuese del todo innecesaria, por eso se ofrecieron a comprarlo a cambio de algunos víveres más. Llevaba demasiados años con ese caballo, cambiarlo por víveres me parecía inadmisible. Si podía pasar dos días más con él, creo que podría soltarlo a la entrada del bosque, si algún día conseguía terminar mi encargo y volver, quizá él me estaría esperando. Así que rechacé la oferta y nos pusimos en marcha. Dos jornadas después, como nos habían indicado, nos encontramos a la entrada del bosque sombrío. Con mucho pesar, saqué la silla a mi caballo y me despedí de él. Dejé la silla escondida por si volvía y la necesitaba más tarde. Di una palmada a mi montura y lo dejé ir, pero él se negaba a marcharse. Le grité, incluso lo amenacé con un palo. Debió de pensar que me estaba volviendo loco, nunca lo había tratado así. Me alejé, él pareció pensárselo un momento, pero inmediatamente me siguió. Me forcé a no mirar atrás y me interné en la oscuridad del bosque, entonces lo oí relinchar, pensé que era su forma de quejarse, pero entonces volvió a relinchar y esta vez parecía bastante asustado, así que me di la vuelta y salí del bosque. Un semigigante lo había atrapado.
—Suéltalo! —le grité— ese caballo es mío!
—¿Tuyo? Yo diría que es un caballo abandonado. Y si no tiene dueño, ¿quién me va a impedir que me lo coma ahora mismo? Tú, enano?
—No te creas que tu tamaño me va a impresionar —le dije— durante la guerra maté a un buen puñado de los tuyos. No eran críos como tú, eran soldados con experiencia, y ya les había salido la barba. No te lo voy a repetir, suelta el caballo y lárgate.
A pesar de que los años no habían pasado en balde, no tardé más de un minuto en tenerlo en el suelo y con mi espada apoyada en su garganta. —Déjalo —gritó el gnomo desde la entrada del bosque— No es más que un crío e intuyo que al igual que nosotros lo han enviado a hablar con el Creador. Llegado el momento quizá nos resulte útil. No creo que debamos acabar con él ahora. Al menos si desiste de comerse a tu caballo. —¡Sí, sí, desisto, desisto! ¡Pero sácate de encima que apestas a humano! A punto estuve de ensartarlo allí mismo, pero bueno, llegados a este punto, lo más importante es la misión. Ya tendré tiempo después de darle su merecido a este mequetrefe. Como en otras ocasiones tuve que reconocer que el gnomo había hecho bien al impedirme matar al semigigante. Con su ayuda abriendo el camino, el atravesar el bosque sombrío no nos resultó una tarea tan complicada. Aunque la falta de luz nos fue quitando poco a poco el ánimo y las fuerzas, el tener el camino despejado por el paso del semigigante nos hizo más sencillo el avance. Perdimos la noción del tiempo y no podíamos parar para descansar pues cientos de criaturas nos acechaban esperando la oportunidad para echársenos encima y devorarnos. Desde el primer momento tuve la seguridad de que nos seguían, a pesar de que avanzábamos a buena marcha. Finalmente conseguimos dejar atrás el bosque, los cientos de ojos que nos vigilaban nos dejaron marchar, de hecho parecía que habían encontrado otra presa. Entonces oí relinchar a mi caballo. Al parecer era él el que nos había estado siguiendo desde el principio. Cuando nosotros salimos del bosque, las criaturas decidieron cebarse con él, pero algo las asustó y huyeron despavoridas. Ahora el caballo relinchaba porque su pata se había enganchado entre unas raíces y no era capaz de soltarse. El bosque a su alrededor estaba desapareciendo, los árboles, poco a poco desaparecían convertidos en cenizas. Traté de soltar su pata, pero ya no llegué a tiempo, sus cuartos traseros ya no eran más que un puñado de cenizas. No podía hacer nada por él. Tenía que darme prisa, cruzar el desierto, subir a la montaña, si había alguna posibilidad de parar aquello, había que hacerlo ya. Así que eché a correr. Mis compañeros de viaje también corrían. Uno por sus patas enormes y el otro con su agilidad parecía que me dejarían atrás para que las cenizas me engulleran como le había pasado a mi pobre caballo. Entonces el semigigante nos agarró a mi y al gnomo y en unas pocas horas ya estábamos al pie de la alta montaña. La escalada resultó ser más complicada de lo que esperábamos, y las cenizas seguían avanzando inexorablemente. Por suerte, el gnomo, con su agilidad, iba por delante y nos iba dando indicaciones de por dónde debíamos trepar, en realidad por dónde debía trepar el gigante, yo simplemente debía asirme a su espalda. Al fin llegamos a la cima. Pero lo que encontramos no era lo que esperábamos. Había una torre, pero no tenía puerta. Al menos eso fue lo que nos pareció al principio. Luego, el gnomo, que tenía un punto de vista distinto al nuestro descubrió una inscripción: CALMA. Perfecto! si algo no podíamos permitirnos en esos momentos era la calma, las cenizas ya casi nos habían alcanzado. Y aunque tratábamos de calmarnos lo que creíamos que era una puerta no se abría. Entonces el semigigante, desde lo alto, distinguió otra inscripción. No sabía leerla, pero consiguió reproducirla sobre el polvo del suelo: SUMA. Suma clama. Calma absoluta. Estábamos todo lo calmados que la situación permitía, pero la puerta no cedió a ninguno de nuestros esfuerzos. Entonces lo vi claro: suma hacía referencia a sumar esfuerzos, a intentarlo los tres al mismo tiempo. En cuanto los tres pusimos nuestra mano sobre la puerta esta se desplazó sin ningún esfuerzo. Ya estábamos dentro, ahora tenemos que encontrar al Creador. Una especie de criado salió a recibirnos. —Hemos venido a ver al Creador —dijimos al unísono. —Eso no va a ser posible —nos contestó. —El Creador ha muerto, por eso todo lo que ha creado se muere con él. Pero vosotros estáis aquí para solucionarlo, verdad? —Nosotros? Cómo? —Tú, enano, tienes un montón de pergaminos, ¿verdad? —Y tú gigante, ¿sabes que un poco de tu sangre puede servir como tinta? La sangre de gigante siempre fue considerada como una de las tintas más duraderas y apreciadas de la antigüedad. —Por último, una de esas plumas de las que haces tus flechas, humano, pueden ser la mejor herramienta para escribir las historias que inventó el Creador. Una vez escritas ya no será posible que desaparezcan y vuestro mundo seguirá existiendo mientras haya gente que pueda leer vuestras historias.
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Revisando a miña conta de Google, porque estábame quedando sen espazo de almacenamento, atopei este relato que xa non recordaba ter escrito. Parece que está inspirada en “La historia interminable” de Michael Ende. Espero que vos guste.
El Centro
Cuando los ancianos me hicieron llamar, me di cuenta de que mis temores no eran infundados. Estaba claro que algo no andaba nada bien, las cosas estaban desapareciendo, bueno, en realidad se estaban transformado en cenizas, a veces, incluso delante de nuestros propios ojos. Yo ya no era joven, y desde que se estableció la paz entre los humanos, los gnomos y los semigigantes, mis servicios como soldado no habían vuelto a ser requeridos; pero ahora, que ya podía gozar de un merecidísimo descanso, este algo que estaba ocurriendo con nuestro mundo, hacía que volviesen a necesitar de mis servicios. Nadie se explicaba lo que estaba pasando, los dragones hacía milenios que se habían extinguido y sólo se nombraban en relatos y viejas canciones que casi nadie recordaba ya. Mi misión, según me informaron, era viajar hasta el centro del mundo y encontrarme allí con el Creador: si alguien podía saber qué era lo que estaba pasando y cómo solucionarlo, ese sería Él. Cogí mis armas, ensillé mi caballo y me puse en camino. No estaba muy seguro de cuanto podía tardar en llegar al Centro, lo único que tenía claro era la dirección, y cuanto antes saliese antes podría volver.
Llevaba ya casi una semana cabalgando y por todas partes se oían las mismas historias de cosas que desaparecían convertidas en cenizas, incluso había empezado a ocurrirle también a animales y a personas, si no lográbamos solucionarlo pronto, nuestro mundo acabaría desapareciendo. En algunas de las ciudades más importantes, donde frecuentemente se podían encontrar comerciantes de otras zonas del mundo, se recibían noticias que parecían indicar que no éramos los únicos que estábamos sufriendo este tipo de pérdidas. De hecho algunos emisarios de los gnomos e incluso de los semigigantes habían llegado hasta las ciudades humanas en busca de alguna respuesta sobre lo que estaba pasando, pero en lo único que estaban de acuerdo todos los sabios era en qué si había alguien que podría saber algo y qué podría detener la destrucción era el propio Creador. Y todos sabían también, que la única forma de encontrarlo era yendo hacia el Centro: el lugar más inhóspito y solitario del mundo, el lugar que este había elegido para no ser interrumpido en su labor de creación. Y por la misma razón, el lugar en el que, si consiguiésemos llegar, no seríamos bien recibidos.
Antes de llegar al Centro, me decían, tendrás que atravesar el bosque sombrío, días y días de camino sin poder ver el sol, sin estrellas por las que orientarse y cientos de animales que estarían encantados de alimentarse de tu cuerpo, incluso de tus despojos. Luego un terrible desierto, no menos peligroso que el bosque, y que pondrá a prueba tu resistencia. Y para finalizar, una montaña, en cuya cima encontrarás al Creador, siempre que demuestres ser digno de ello; para lo cual serás puesto a prueba.
Todo parecía indicar que la tarea que me habían encomendado no iba a ser, como creí en un principio, ni mucho menos la más fácil de mi amplia carrera como mercenario.
Avancé durante unas jornadas más y cada vez los poblados aparecían con menos frecuencia, de hecho parecía que no encontraría ya ninguna otra gran ciudad, por eso decidí que era mejor descansar en un bosque cercano al camino. Aprovechar para cazar algo, pues mis víveres ya estaban escaseando y mi caballo y yo necesitábamos un descanso. Monté mi pequeño campamento y salí a cazar, no sin antes dejar preparada alguna que otra trampa por si se acercaba algún extraño. Cuando volvía al campamento: con un par de truchas y unos conejos, una de las campanillas que siempre conecto a mis trampas me advirtió de la presencia de algún intruso. Me acerqué sigilosamente y descubrí que un mohoso gnomo había caído en una de mis trampas. No me gustan los gnomos, lo reconozco, puede que sean mis propios prejuicios, pero no me fío de ellos. Este era muy anciano, los peores, porque se creen muy listos, más listos que los demás, al menos: siempre piensan que tienen la razón, porque son muy viejos y muy sabios. Desprecian a los humanos porque dicen: que llegamos al mundo mucho después que ellos pero nos consideramos los dueños de todo y de todos, cuando en realidad somos como críos malcriados que no quieren compartir sus cosas con los demás y no sienten ningún tipo de respeto por las demás criaturas. Entre otras cosas, porque creemos que fuimos creados a imagen y semejanza del Creador. Y si el Creador fuese en realidad un gnomo muy viejo, el más viejo de los gnomos, decían a veces. En otra época esto fue motivo de disputa entre los hombres y los gnomos, pero hacía años que la guerra había terminado, aunque para un antiguo soldado como yo, un enemigo siempre será un enemigo. Un poco a regañadientes, saqué al gnomo de la trampa y aguanté su cháchara, sin prestar demasiada atención a lo decía, hasta que habló de que sus ciudades más lejanas ya habían desaparecido completamente, y de que el avance de las cenizas era cada vez más rápido, a medida que pasaba el tiempo, por lo que dijo deduje que mi aldea ya hacía días que no existía, que ya no habría ante quien dar cuentas de mi misión, que por otro lado era la misma que la suya. A él también le habían encargado llegar hasta el Centro y encontrarse con el Creador. Y aunque mi instinto me decía que no me fiase de él, por otro lado estaba el hecho de que parecía que él estaba más informado que yo sobre los peligros y pruebas que nos deparaba el camino y eso en este caso parecía ser más importante que el recelo que pudiese sentir por él, así que decidí, al menos por el momento, que compartiríamos el camino, aunque no pudiese decir lo mismo de la misión. Y como compañeros de camino, lo invité a compartir mi cena y mi campamento. A pesar de su avanzada edad, su agilidad era impresionante y aunque inicialmente pensé que compartir el camino con él me demoraría en mi cometido, resultó que seguir su ritmo me obligaba casi a utilizar la marcha forzada. Con sus mapas y pergaminos llegamos en dos jornadas a la que sería la última gran ciudad que nos esperaba en nuestro camino. Allí, además de aprovisionarnos, nos informaron de que como temíamos, las ciudades y aldeas de las que procedíamos y muchas de aquellas por las que habíamos pasado no eran más que cenizas a merced del viento. También nos indicaron que estábamos al borde del bosque sombrío, en apenas dos jornadas estaríamos a sus puertas. No era recomendable llevar al caballo con nosotros, pues cabalgar por el bosque era imposible y lo único que conseguiría sería enlentecer nuestra marcha y atraer a bestias que podrían acabar también con nuestras vidas. Por otro lado, aunque consiguiese atravesar el bosque, tanto la dureza del desierto que venía a continuación, como la inexistencia de sendas para ascender a la montaña harían que su presencia fuese del todo innecesaria, por eso se ofrecieron a comprarlo a cambio de algunos víveres más. Llevaba demasiados años con ese caballo, cambiarlo por víveres me parecía inadmisible. Si podía pasar dos días más con él, creo que podría soltarlo a la entrada del bosque, si algún día conseguía terminar mi encargo y volver, quizá él me estaría esperando. Así que rechacé la oferta y nos pusimos en marcha.
Dos jornadas después, como nos habían indicado, nos encontramos a la entrada del bosque sombrío. Con mucho pesar, saqué la silla a mi caballo y me despedí de él. Dejé la silla escondida por si volvía y la necesitaba más tarde. Di una palmada a mi montura y lo dejé ir, pero él se negaba a marcharse. Le grité, incluso lo amenacé con un palo. Debió de pensar que me estaba volviendo loco, nunca lo había tratado así. Me alejé, él pareció pensárselo un momento, pero inmediatamente me siguió. Me forcé a no mirar atrás y me interné en la oscuridad del bosque, entonces lo oí relinchar, pensé que era su forma de quejarse, pero entonces volvió a relinchar y esta vez parecía bastante asustado, así que me di la vuelta y salí del bosque.
Un semigigante lo había atrapado.
—Suéltalo! —le grité— ese caballo es mío!
—¿Tuyo? Yo diría que es un caballo abandonado. Y si no tiene dueño, ¿quién me va a impedir que me lo coma ahora mismo? Tú, enano?
—No te creas que tu tamaño me va a impresionar —le dije— durante la guerra maté a un buen puñado de los tuyos. No eran críos como tú, eran soldados con experiencia, y ya les había salido la barba. No te lo voy a repetir, suelta el caballo y lárgate.
A pesar de que los años no habían pasado en balde, no tardé más de un minuto en tenerlo en el suelo y con mi espada apoyada en su garganta.
—Déjalo —gritó el gnomo desde la entrada del bosque— No es más que un crío e intuyo que al igual que nosotros lo han enviado a hablar con el Creador. Llegado el momento quizá nos resulte útil. No creo que debamos acabar con él ahora. Al menos si desiste de comerse a tu caballo.
—¡Sí, sí, desisto, desisto! ¡Pero sácate de encima que apestas a humano!
A punto estuve de ensartarlo allí mismo, pero bueno, llegados a este punto, lo más importante es la misión. Ya tendré tiempo después de darle su merecido a este mequetrefe.
Como en otras ocasiones tuve que reconocer que el gnomo había hecho bien al impedirme matar al semigigante. Con su ayuda abriendo el camino, el atravesar el bosque sombrío no nos resultó una tarea tan complicada. Aunque la falta de luz nos fue quitando poco a poco el ánimo y las fuerzas, el tener el camino despejado por el paso del semigigante nos hizo más sencillo el avance. Perdimos la noción del tiempo y no podíamos parar para descansar pues cientos de criaturas nos acechaban esperando la oportunidad para echársenos encima y devorarnos. Desde el primer momento tuve la seguridad de que nos seguían, a pesar de que avanzábamos a buena marcha. Finalmente conseguimos dejar atrás el bosque, los cientos de ojos que nos vigilaban nos dejaron marchar, de hecho parecía que habían encontrado otra presa. Entonces oí relinchar a mi caballo. Al parecer era él el que nos había estado siguiendo desde el principio. Cuando nosotros salimos del bosque, las criaturas decidieron cebarse con él, pero algo las asustó y huyeron despavoridas. Ahora el caballo relinchaba porque su pata se había enganchado entre unas raíces y no era capaz de soltarse. El bosque a su alrededor estaba desapareciendo, los árboles, poco a poco desaparecían convertidos en cenizas. Traté de soltar su pata, pero ya no llegué a tiempo, sus cuartos traseros ya no eran más que un puñado de cenizas. No podía hacer nada por él. Tenía que darme prisa, cruzar el desierto, subir a la montaña, si había alguna posibilidad de parar aquello, había que hacerlo ya. Así que eché a correr.
Mis compañeros de viaje también corrían. Uno por sus patas enormes y el otro con su agilidad parecía que me dejarían atrás para que las cenizas me engulleran como le había pasado a mi pobre caballo. Entonces el semigigante nos agarró a mi y al gnomo y en unas pocas horas ya estábamos al pie de la alta montaña.
La escalada resultó ser más complicada de lo que esperábamos, y las cenizas seguían avanzando inexorablemente. Por suerte, el gnomo, con su agilidad, iba por delante y nos iba dando indicaciones de por dónde debíamos trepar, en realidad por dónde debía trepar el gigante, yo simplemente debía asirme a su espalda. Al fin llegamos a la cima. Pero lo que encontramos no era lo que esperábamos. Había una torre, pero no tenía puerta. Al menos eso fue lo que nos pareció al principio. Luego, el gnomo, que tenía un punto de vista distinto al nuestro descubrió una inscripción: CALMA.
Perfecto! si algo no podíamos permitirnos en esos momentos era la calma, las cenizas ya casi nos habían alcanzado. Y aunque tratábamos de calmarnos lo que creíamos que era una puerta no se abría. Entonces el semigigante, desde lo alto, distinguió otra inscripción. No sabía leerla, pero consiguió reproducirla sobre el polvo del suelo: SUMA. Suma clama. Calma absoluta. Estábamos todo lo calmados que la situación permitía, pero la puerta no cedió a ninguno de nuestros esfuerzos. Entonces lo vi claro: suma hacía referencia a sumar esfuerzos, a intentarlo los tres al mismo tiempo. En cuanto los tres pusimos nuestra mano sobre la puerta esta se desplazó sin ningún esfuerzo. Ya estábamos dentro, ahora tenemos que encontrar al Creador.
Una especie de criado salió a recibirnos.
—Hemos venido a ver al Creador —dijimos al unísono.
—Eso no va a ser posible —nos contestó.
—El Creador ha muerto, por eso todo lo que ha creado se muere con él. Pero vosotros estáis aquí para solucionarlo, verdad?
—Nosotros? Cómo?
—Tú, enano, tienes un montón de pergaminos, ¿verdad?
—Y tú gigante, ¿sabes que un poco de tu sangre puede servir como tinta? La sangre de gigante siempre fue considerada como una de las tintas más duraderas y apreciadas de la antigüedad.
—Por último, una de esas plumas de las que haces tus flechas, humano, pueden ser la mejor herramienta para escribir las historias que inventó el Creador. Una vez escritas ya no será posible que desaparezcan y vuestro mundo seguirá existiendo mientras haya gente que pueda leer vuestras historias.